Entre monos trepadores y cabras asilvestradas descubrí la dureza de la montaña

Sábado, 5 de septiembre

Suena el despertador. ¡No me lo podía creer! Eran las 04.50 de la madrugada, o según como lo mires del nuevo día. Comenzaba una aventura. Habíamos hecho noche cerca de Puigcerdà para irnos aclimatando. Nuestro objetivo pasaba por alcanzar la cima de la Pica d’estats (3.143 metros). Sobre las 08.00 llegábamos al lugar de partida. Con mucha humedad por la boira o niebla y con toda la hierba mojada comenzamos a subir. Aún recuerdo cuando el cronometro me avisó de que llevábamos 15 minutos caminando. En aquel mismo momento, pensé: no soy consciente de lo que nos queda. Sin palos y con una ikurriña en la cabeza (de esto mejor no haremos ningún comentario) subíamos haciéndonos un hueco entre la pura vegetación. Ya en los primeros tramos, el agua comenzó a calarse en mis calcetines y aquellas botas de montaña empezaban a pesar más de la cuenta. El grupo estaba subiendo a un buen ritmo.

Y aquello comenzó a complicarse, cada vez la senda era más estrecha, tan sólo abarcaba un pie y medio. Cuando el reloj marcaba las dos horas y media de expedición conseguimos sobrepasar las nubes que al comienzo de la subida nos cubrían. Qué sensación esa de estar por encima de las nubes. Entonces, con el sol cayendo a plomo se empezaron a cuajar los grupos de dos o tres montañeros. La belleza del paisaje me dejó apasionado y decidí sacar algunas fotografías y vídeos, lo que provocó que quedase sólo por un momento. Subía y subía pero no veía a ninguno de mis compañeros, y entonces encontré una pared de rocas que me decidí a escalar. Una vez arriba y no ver a nadie de los míos, reculé hasta el lugar donde había fotografiado el paisaje. Qué suerte tuve que me encontré a dos compañeros que venían por detrás un poco descolgados. A ellos les expliqué cómo había perdido al grupo de delante y la escalada a cuatro patas que había hecho. Qué locura!

A mi desorientación hay que añadirle que dos miembros del grupo (Marc y su primo Xavi) cogieron otro recorrido, lo que sembró el desconcierto. Lluis, que era el hombre de cabeza, no los había visto y Pau que venía detrás tampoco. En resumen, decidimos Pau y yo bajar unos cuantos metros y volver en su búsqueda, pero de nada sirvieron los numerosos intentos de Pau y su silbato. A cada pitido el conjunto de montañas respondían con un vocifero eco, y en alguna ocasión las ovejas también se animaban a dar respuesta, pero nada más. Sin éxito en nuestra búsqueda volvimos a ascender aquel tramo. No obstante, la dureza del aquel pico estaba por llegar.

Cuando ya sobrepasábamos las cinco horas de subida, llegó el tramo más amargo. Y digo amargo porque fue tal y como me dejó el sabor de boca, amargo y agridulce. Ya veía el corte de la montaña, la cima, el objetivo marcado, y de momento las piernas aguantaban. Un fuerte desnivel (eso para mi vértigo iba a las mil maravillas) y un tramo con una capa densa de nieve hacía que extrajera mi espíritu más montañero, pero, a veces, no todo es fuerza y garra, sino destreza y experiencia. Y esto fue lo que me faltó. Sin bastones no me podía agarrar a la nieve y sólo con las botas me resbalaba. Así que decidí trepar por la parte de la montaña donde había arena. Las piedras se movían y se caían por el precipicio. Pau me dijo que era mejor que me fuese agarrando a las rocas, pero allí descargué todas mis energías. Con muchos nervios, por el vértigo que reinaba en mi cuerpo y con el miedo a caer porque me iba deslizando, sentía que me iba para abajo como aquellas piedras que volaban. Llegué, por fin, donde estaba Pau pero con la muñeca inamovible por el dolor y sin fuerzas decidí poner fin a la ascensión. Allí me quedé, a unos 3.000 metros de altura, y a 20 minutos de coronar pero, en aquel momento no podía más. Verdaderamente, lo había pasado muy mal en aquel tramo. Sólo quedaba disfrutar de aquel maravilloso paisaje.

Mis compañeros consiguieron el objetivo marcado, y arriba en la cima todos se encontraron. Después, tras reponer fuerzas, emprendimos la bajada. No sé si fue tan dura como la subida, pero si que fue complicada, ya que había tramos de elevada dificultad y peligrosidad. Tras casi cuatro horas de bajada alcanzamos nuestro campamento base. 1O HORAS Y 45 MINUTOS había durado aquella expedición. Hoy, todavía, no reconozco a mis piernas. No paran de quejarse, por qué será.

Muchas gracias Marc, por invitarme a vivir aquella gran aventura. Ya estoy pensando en volver, pero ya será en 2010. Estoy seguro de que los pulmones han cogido suficiente oxígeno para aguantar. Con esta ascensión continuo con la preparación para la Media Maratón del Somontano del día 26 de septiembre. Hace un año hice 1h.48min, espero poder bajar esa marca. De momento, seguimos con los entrenamientos.

Nuestra próxima entrada será la del Gran Escala en los Monegros. En breve!!!

~ por albertinho23 en septiembre 6, 2009.

4 respuestas to “Entre monos trepadores y cabras asilvestradas descubrí la dureza de la montaña”

  1. De nada hombre, fue un placer!! la próxima vas a coronar como me llamo Marc. Nos vemos por el Raval! (PD: el mapa que has puesto es bueno, pero el recorrido que hicimos son las paredes que hay entre el estanco de Soucem (a la derecha del dibujo) y el pico.

  2. Maco, t’has oblidat del Francesc, gràcies a ell, que pujava lentament, ens vas trobar en tornar tú de la teva pujada free-rider i així et vas reintegrar al grup.

  3. es veritat, lo sent-ho, quina raò tens. menys mal que vaig poder reintegrar-me al grup. una abraçada

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